Esencia de mujer es la obra fundacional del grupo Quintaesencia y representa, antes que ninguna otra cosa, una profunda búsqueda. Tanto es así que el Grupo dirigido por Fernanda Oger toma como nombre el propio fin de esa indagación: la quintaesencia o éter, considerado en filosofía antigua como el elemento invisible fundamental que viene a completar los cuatro clásicos enumerados por Platón (tierra, agua, fuego y aire).
Cuatro elementos, cuatro mujeres, y una búsqueda, es el punto de partida de esta obra que explora, a través una danza tan ceremoniosa como sensual, los componentes universales de toda mujer. Cada intérprete se ve reflejada en una de las cuatro esencias femeninas que forman el esqueleto de la obra:
i) sensualidad
ii) intuición
iii) resistencia o adaptación
iv) ternura.
La realidad es anacrónica, dice Borges, y tal vez por ello no sorprenda que la historia comience en clave de Soleá por Bulerías, donde puede verse a la mujer moderna, sobrecargada de mandatos y obligaciones sociales, en un camino arduo y rutinario donde el tempo se le presenta como una imposición de la percusión y el propio zapateo, un crescendo mixturado donde se confunden la coerción exterior –el tambor, la norma colectiva—y la interior –la pulsión que desnaturaliza e iguala en el zapateo frenético. Esa confusión interna y externa, artificial, es insolentemente negada en el baile de las telas negras, que representa el fin de esas ataduras morales y de otra índole que impiden avanzar por la senda de la femineidad.
El baile que con más justicia ilustra ese avance es la provocativa Zambra, el camino interior que decididamente se propone a la mujer de hoy; esta danza se muestra empeñada en disolver en el espectador un prurito heredado y pétreo: el de que lo terrenal y lo espiritual, la desnudez y la sabiduría, se encuentran en ámbitos separados y tienen una fuente distinta.
Por tanto, avanzar es caminar hacia las cuatro esencias.
La sensualidad, la primera de ellas, presenta un baile pélvico, hombros y caderas combinados en un deleitante son cubano, los pies descalzos golpeando el suelo, la blusa atrevida y las faldas flotaoras exigen algo más, un tipo nuevo y superador de conocimiento, una comprensión más avispada.
El claclá de las castañuelas vuelve bajo las telas blancas para dar cabida a la intuición, esa suerte de magia que hace de la mujer una criatura de ojos inquisidores y orejas largas, que le permiten ver y oír cosas ocultas para los demás mortales. Los velos de la diosa Maya (ilusión) son rasgados tal vez como secuela de la Zambra, que mantiene un contrapunto con la nota teórica a lo largo de toda la obra, donde el negro de la disolución ha sangrado el rojo del sacrificio. El blanco, en este baile, representa la luz.
La resistencia o adaptación, en Tientos por tangos, evoca la capacidad de la mujer para encontrarse con el cambio, reinventándose a sí misma y adaptándose rápidamente a las distintas ―y eventualmente, hostiles― circunstancias que se le presentan.
La ternura, en dulce guajira que cierra el círculo abierto por la descarnada Soleá, es también una invitación al baile final con que se arriba al término del camino, la Mujer Esencial (la quintaesencia, el número escondido). En este último acto se produce la síntesis lógica y la adaptación animal –dos caras de la misma moneda--, donde el concepto pierde su forma abstracta convirtiéndose en materia que escurre entre los dedos, un algo indefinible, cálido e intenso, que, sin embargo, atina a la nota justa que continuará sonando en el alma del espectador.
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